“Cortina de humo”
“El humo ahoga Buenos Aires”, este es sólo uno de los títulos que pudimos leer en los portales de los diarios argentinos a partir del jueves 17 de abril.
Como todos días, me levanté a las 6 de la mañana y luego de pelearme con las ganas de permanecer en mi cama me di cuenta que apenas faltaban dos días para el fin de semana. Eso me animó un poco, aunque sólo por un momento. Bajé las escaleras y me senté a tomar mi desayuno con esa rapidez que me permite salir en horario para intentar viajar sentada hasta el correo central. Prendo el televisor y me encuentro con el titular “Humo en la ciudad” en la pantalla del conocido canal de noticias TN.
-¿Viste el humo que hay afuera?
-No. Estarán exagerando como siempre
Esas fueron las únicas palabras que el sueño nos permitió cruzar con mi hermano en medio del desayuno.
Sin darle demasiada importancia, tomé mis cosas y salí de casa lista para comenzar mi jornada laboral.
Sin esperar demasiado tomé el colectivo que me llevaría directo a la Capital Federal, sólo pasaron unos pocos minutos y apenas subimos el acceso ubicado en el conocido triángulo de la localidad de Bernal, comienzo a mirar a mi alrededor y me doy cuenta que la visibilidad es casi nula. “No se ve nada, ¿viste?” escucho que una señora sentada justo frente a mi le comenta a un joven desconocido que se encontraba a su lado intentando leer un libro en medio de la oscuridad que rodeaba el colectivo. Mientras con su mano derecha trataba de sostenerse del asiento que estaba delante de él y hacía malabarismos para sujetar el libro con su mano izquierda, sólo asintió con su cabeza y demostró así sus pocas ganas de continuar con la conversación.
En ese instante prendí mi radio e intenté obtener más información acerca de lo que estaba pasando, sin embargo, eran varios los rumores acerca del verdadero origen de ese humo impenetrable que hacía imposible ver más allá del camino de la autopista. Embotellamiento de por medio sigo escuchando mi radio. Varios focos de incendios en el Delta escucho, rutas cortadas, caminos anegados, conflictos en el tránsito. Durante unos segundos me pregunto si ese no es el panorama al que estamos acostumbrados los habitantes del Gran Buenos Aires. Continué escuchando las noticias y me di cuenta que algo más estaba pasando, no se trataba simplemente de niebla, de los accidentes de todos los días o de los habituales cortes de ruta.
Mientras intento entender qué es lo que estaba sucediendo, bajé del colectivo y emprendí mi caminata hacia las cercanías del obelisco. Empecé a sentir un ardor en mi garganta y en mis ojos. La gente pasa a mi lado tosiendo y los murmullos acerca del extraño paisaje comienzan a escucharse en los alrededores del centro porteño. “No se puede respirar” le grita un hombre que se encontraba barriendo la vereda a otro que abría la puerta de un puesto de diario. “Que se yo que carajo esto. No se aguanta” le respondió mientras sacaba uno de los tantos candados que rodeaban las puertas del puesto.
Ingresé al edificio ubicado en Diagonal Norte y al entrar a la oficina me encuentré con un panorama inédito. Todo el lugar se encontraba atravesado por una espesa nube de humo que no permitía ver con claridad los carteles colgados en los techos y que provocaba que el ardor en los ojos fuera cada vez mayor.
Sin hacer demasiado comentario, teniendo en cuenta que era la primera persona en llegar a la oficina, me senté en mi escritorio y abrí la versión digital del “gran diario argentino”. El humo era generado por la quema de pastizales en el Delta y como consecuencia de ellos, varias rutas fueron cortadas, había caos en el tránsito y ya se habían generado accidentes con víctimas fatales. Los aeropuertos permanecían cerrados e incluso los micros no partían desde la terminal de Retiro.
El pronóstico no era nada alentador y ya comenzaban a circular comunicados del Gobierno que sencillamente decían no poder hacer nada para apagar la gran cantidad de focos de incendio. Por supuesto que no me generó ninguna sorpresa leer este comentario, por el contrario, no tardé mucho en pensar que tal vez el objetivo de los incendios no era solamente la quema de pastizales como parte de un ritual agrario. Me costaba creer que luego del gran conflicto que el Gobierno mantenía con la gente del campo desde hacía varios días, esto fuera una mera casualidad.
Continúe con mi jornada y cada vez se hacía más difícil respirar dentro de la oficina. Las quejas comenzaron a circular, sin embargo, continuamos trabajando como si nada sucediera. Cumplidas mis ocho horas, salí de la oficina y me encontré con un panorama peor aún del que viví durante la mañana. Las puntas de los edificios eran consumidos por el humo y el respirar se hacía un poco más difícil.
Desde ese momento y durante varios días, debimos vivir inmersos en una espesa nube de humo, la cual además de impedirnos respirar, tampoco nos permitió ver los verdaderos motivos de esa gran quema de pastizales.
“El humo ahoga Buenos Aires”, este es sólo uno de los títulos que pudimos leer en los portales de los diarios argentinos a partir del jueves 17 de abril.
Como todos días, me levanté a las 6 de la mañana y luego de pelearme con las ganas de permanecer en mi cama me di cuenta que apenas faltaban dos días para el fin de semana. Eso me animó un poco, aunque sólo por un momento. Bajé las escaleras y me senté a tomar mi desayuno con esa rapidez que me permite salir en horario para intentar viajar sentada hasta el correo central. Prendo el televisor y me encuentro con el titular “Humo en la ciudad” en la pantalla del conocido canal de noticias TN.
-¿Viste el humo que hay afuera?
-No. Estarán exagerando como siempre
Esas fueron las únicas palabras que el sueño nos permitió cruzar con mi hermano en medio del desayuno.
Sin darle demasiada importancia, tomé mis cosas y salí de casa lista para comenzar mi jornada laboral.
Sin esperar demasiado tomé el colectivo que me llevaría directo a la Capital Federal, sólo pasaron unos pocos minutos y apenas subimos el acceso ubicado en el conocido triángulo de la localidad de Bernal, comienzo a mirar a mi alrededor y me doy cuenta que la visibilidad es casi nula. “No se ve nada, ¿viste?” escucho que una señora sentada justo frente a mi le comenta a un joven desconocido que se encontraba a su lado intentando leer un libro en medio de la oscuridad que rodeaba el colectivo. Mientras con su mano derecha trataba de sostenerse del asiento que estaba delante de él y hacía malabarismos para sujetar el libro con su mano izquierda, sólo asintió con su cabeza y demostró así sus pocas ganas de continuar con la conversación.
En ese instante prendí mi radio e intenté obtener más información acerca de lo que estaba pasando, sin embargo, eran varios los rumores acerca del verdadero origen de ese humo impenetrable que hacía imposible ver más allá del camino de la autopista. Embotellamiento de por medio sigo escuchando mi radio. Varios focos de incendios en el Delta escucho, rutas cortadas, caminos anegados, conflictos en el tránsito. Durante unos segundos me pregunto si ese no es el panorama al que estamos acostumbrados los habitantes del Gran Buenos Aires. Continué escuchando las noticias y me di cuenta que algo más estaba pasando, no se trataba simplemente de niebla, de los accidentes de todos los días o de los habituales cortes de ruta.
Mientras intento entender qué es lo que estaba sucediendo, bajé del colectivo y emprendí mi caminata hacia las cercanías del obelisco. Empecé a sentir un ardor en mi garganta y en mis ojos. La gente pasa a mi lado tosiendo y los murmullos acerca del extraño paisaje comienzan a escucharse en los alrededores del centro porteño. “No se puede respirar” le grita un hombre que se encontraba barriendo la vereda a otro que abría la puerta de un puesto de diario. “Que se yo que carajo esto. No se aguanta” le respondió mientras sacaba uno de los tantos candados que rodeaban las puertas del puesto.
Ingresé al edificio ubicado en Diagonal Norte y al entrar a la oficina me encuentré con un panorama inédito. Todo el lugar se encontraba atravesado por una espesa nube de humo que no permitía ver con claridad los carteles colgados en los techos y que provocaba que el ardor en los ojos fuera cada vez mayor.
Sin hacer demasiado comentario, teniendo en cuenta que era la primera persona en llegar a la oficina, me senté en mi escritorio y abrí la versión digital del “gran diario argentino”. El humo era generado por la quema de pastizales en el Delta y como consecuencia de ellos, varias rutas fueron cortadas, había caos en el tránsito y ya se habían generado accidentes con víctimas fatales. Los aeropuertos permanecían cerrados e incluso los micros no partían desde la terminal de Retiro.
El pronóstico no era nada alentador y ya comenzaban a circular comunicados del Gobierno que sencillamente decían no poder hacer nada para apagar la gran cantidad de focos de incendio. Por supuesto que no me generó ninguna sorpresa leer este comentario, por el contrario, no tardé mucho en pensar que tal vez el objetivo de los incendios no era solamente la quema de pastizales como parte de un ritual agrario. Me costaba creer que luego del gran conflicto que el Gobierno mantenía con la gente del campo desde hacía varios días, esto fuera una mera casualidad.
Continúe con mi jornada y cada vez se hacía más difícil respirar dentro de la oficina. Las quejas comenzaron a circular, sin embargo, continuamos trabajando como si nada sucediera. Cumplidas mis ocho horas, salí de la oficina y me encontré con un panorama peor aún del que viví durante la mañana. Las puntas de los edificios eran consumidos por el humo y el respirar se hacía un poco más difícil.
Desde ese momento y durante varios días, debimos vivir inmersos en una espesa nube de humo, la cual además de impedirnos respirar, tampoco nos permitió ver los verdaderos motivos de esa gran quema de pastizales.